VECINOS DE SOMBRILLA

http://i35.servimg.com/u/f35/16/95/57/40/th/sombri10.jpg     François es suizo. Ha pasado las vacaciones con su mujer y su hija en el mismo sitio que yo, han sido mis vecinos de playa. Como decimos por aquí, vecinos de sombrilla.
Es extraño qué tipo de vecindades y amigamientos se hacen en la playa. Cuando durante el resto del año lo pasamos casi sin mirarnos a la cara los unos y los otros, llega el verano y en un momento, todos sabemos todo de los otros. Quizás la desnudez del cuerpo acompaña y favorece la desnudez del alma. Quizás, asfixiados de calor bajo el mismo sol que nos calienta a todos y bañados por el mismo agua, nos sintamos más iguales y cercanos.
François, como les decía, es suizo. Tiene 50 años y hace dos que es papá de una preciosidad rubia que se llama Alexandra. Su mujer tuvo que regresar a Suiza por trabajo, dejando a padre e hija disfrutando de algunos días más de sol y arena.
Sasha pronto cumplirá dos años (aunque cuando edito este post, acaba de cumplirlos) y a pesar de su enorme estatura, apenas habla. Se hace entender de maravilla (el lenguaje gestual, sigue siendo el mejor lenguaje internacional entre los seres humanos). Pero claro, cuando una tiene dos años y empieza a descubrir mundo y resulta que papá habla en francés, mamá en ruso y encima los desconocidos en la playa, te hablan en español con acento de Córdoba y Vallekas, 'califatos independientes' ambos, la cosa se pone de lo más chunga. Demasiado para tan sólo 700 días de vida. ¡Que hay que joderse qué complicado se lo ponen a uno todo desde la más tierna infancia!. No me extraña que el pobre Rajoy siga sin entenderse con la Merkel. De cualquier forma, la educación bilingüe tiene sus ventajas: abre la mente a otros esquemas, a otras culturas, a otras formas de pensamiento. En fin, yo creo que Sasha no habla porque de momento prefiere observarnos en silencio. Algún día arrancará a hablar diciéndonos de carrerilla el número de cada uno de sus pasaportes, el ruso y el suizo, y nos quedaremos todos de pasta de boniato, que diría la Milá.
Una mañana cualquiera, de cualquier día de septiembre, mi familia y yo reímos todos gracieta de la pequeña Sasha a la que conocíamos sólo de vista porque se sentaba con su papá cerca de nosotros. Como no pudimos evitar la carcajada en voz alta, cuando nos dimos cuenta, François estaba con su toalla y con su pequeña Sasha debajo de nuestra sombrilla, contándonos su vida y nosotros a él, la nuestra. Y estar juntos cada tarde en la playa se convirtió en una costumbre en la última semana de vacaciones de François.
François vive en Ginebra; trabaja desde casa y aprovecha para cuidar de su hija mientras su mujer tiene que desplazarse a su oficina, porque es funcionaria en un organismo internacional.
François nos confiesa que está alucinando con el comportamiento de su hija; no le gusta el contacto con los extraños, normalmente. Pero Sasha me da la mano para que la lleve a pasear y a mojarse los pies en el agua; me deja que la tome en brazos y comparte su merienda conmigo, mientras niega a los demás sus galletitas de mantequilla. Y se ríe a carcajadas con mis payasadas y las de mi madre.
Al segunda día que François bajó a nuestra sombrilla, nos intercambiamos teléfonos, e-mails y direcciones de Skype. Quería seguir manteniendo contacto con nosotros; dice que está encantado de habernos conocido; ¡qué cosas!, pensé, un suizo con buena posición económica, viviendo y trabajando en un país al que, supuestamente, lo de los rescates le suena a chino, y va el colega y resulta que alucina con nuestro carácter, nuestro sol y nuestro 'pescaíto' frito. Pero intento sacarle del error, muy a mi pesar. Pero es que prefiero que nuestra incipiente amistad no se fundamente en falsas creencias y viejos tópicos. Y, muy activista yo, paso a narrarle las excelencias de los recortes presupuestarios en sanidad y educación, los desahucios masivos, las corrupciones de los políticos, cuñados y yernos varios; y las colas de los comedores sociales. Y François me pone ojos como platos y alucina pepinillos y chocolates suizos. Y con esa 'pachorra' y racionalidad helvética que le caracteriza me dice: "bueno, sin ánimo de molestar, yo es que siempre he creído que los políticos, en general, son una asociación de ladrones legalizada". Vélo ahí, con dos cojones el François. "Bueno, jajajaja, -le digo-, eso lo pensamos todos últimamente, para qué vamos a engañarnos". Y entonces François me replica "¿y no hacéis nada?". Y me quedo muerta. Tan sencillo como eso y tan difícil como eso mismo. Y pienso en mi Fatu, en mi reina senegalesa. Fatu y François, Senegal y Suiza; primer y tercer mundo. Y ambos me dicen que el ser humano está por encima de razas, culturas y religiones. Que, juntos, somos muchos; que unidos podemos y que somos los únicos que tenemos la solución en nuestras manos.
A ver si va a ser verdad......

Comentarios

  1. Juntos y unidos podemos.Futurista, la escritora? O las ansias de cambiar este sistema de injusticias?

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