EL REGRESO

      Contemplo la luna. Hoy sí, porque no hay nubes en el cielo; sólo en el corazón y nublados en el alma. Me mira sin burla, resignada como queriendo acompañar esta madrugada. Y se lo agradezco. No hay reproches, no hay un "ya te lo advertí". Y eso se agradece cuando regresas con el alma desgarrada a jirones, fatigada no por la conquista sino por la derrota y la añoranza de lo perdido. Y la lucha es más encarnizada cunado no hay enemigo al que enfrentarse, cuando la lucha es en silencio, sin testigos, en soledad. No hay consuelo entonces. Sólo la luna y la madrugada que te acogen de nuevo y te arropan para llevarte de regreso a casa.
   Eso no cura el dolor pero lo mitiga, ofreciéndote un lugar donde aprender de nuevo a vivir con él. Porque el dolor no se supera, ni se olvida. Se instala en el corazón a empujones buscando un asiento donde dejarse caer y continuar el trayecto. Un trayecto con billete de ida pero sin vuelta. Es un pasajero molesto, dañino y peligroso, pero que a fuerza de embestidas termina por convertirse en acompañante impenitente de tu viaje y tu realidad.
   Un gran dolor, como un gran amor, no se superan nunca. Sólo nos acostumbramos a vivir con ellos o a pesar de ellos. Y el retorno a la realidad se hace duro y difícil. Un vía crucis de estaciones en las que detenerse de vez en cuando para volver la vista atrás con la esperanza de haber oído cómo te llamaban, para darte cuenta de que en realidad, sólo te acompaña el ruido de tus pasos y tu corazón, que sigues sin explicarte cómo sigue vivo,...bum bum,...bum bum... La fuerza de la costumbre.
   No hay nada como un corazón hecho pedazos para devolverte a la realidad. Una realidad a veces más oscura y tremenda que la mejor de las pesadillas. Sangrante y matadora. Porque la realidad no es la vida diaria, no es la rutina; la realidad es tu vida, y cómo la sientes a cada momento. Y de ella es imposible escapar. Te acompaña permanentemente como una sombra. A veces no la ves, o no la sientes pero sabes que está ahí. Vigilando. Y junto a ella, el dolor de tu corazón. Y tira millas. No hay más.
   El único consuelo que te queda es que la realidad vivida ha sido auténtica y sincera. Y eso te permite, al menos, estar en paz contigo mismo. Es tu atalaya, tu fortaleza. Nadie es dueño de la realidad de nadie, sólo de la propia. Y sólo con ella debe estar en paz, mirarla a la cara y decirle "me dueles, pero eres mía y te acepto", sin más. Ella es fruto de tus decisiones, de tus miedos y tus dudas, de tus síes y tus noes, de tu arrojo y de tu cobardía. Pero es tuya y nadie puede vivirla por ti.
   Hoy regreso a mis madrugadas. Sin almas y sin trocitos de cielo. A mi cuartito de la plancha. A contaros historias con aroma a café especiado y humo de tabaco, con el corazón roto y el alma en vilo.

Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

MADRID TIENE MADRUGADAS...

LA CONDENA DE PEPE BRETÓN