LAS CONCHAS

http://i45.servimg.com/u/f45/16/95/57/40/th/concha10.jpg Acumular, atesorar. Nuestro objetivo en la vida. Nos pasamos nuestra existencia recopilando todo aquello que se nos pone por delante. Pensaba esto en mis vacaciones, mientras paseaba por la orilla buscando conchas. Cada año las recojo y las llevo de vuelta a mi casa para depositarlas en un jarrón con agua. Creo que algún día las conchas, con el agua y el jarrón incluidos, terminaran por ahogarme en Madrid. En realidad, no sirven para nada, pero ahí están.
Compramos ropa y seguimos guardando la antigua (por si se pone de moda otra vez); hacemos compra para llenar la despensa, por si acaso. Y ahora, con las nuevas tecnologías, registramos cada momento de nuestra vida con la cámara del móvil, estamos siempre localizados con el GPS del ídem, avisamos de un retortijón en nuestro twitter y no usamos el teléfono fijo para felicitar un cumpleaños o la Navidad porque lo hacemos por Skype, que es más barato y nos vemos las caras. Bueno, y de enviar una postal cuando viajamos, un christma o escribir una carta, de eso ya ni hablamos. Mandamos whatsapps cada 2 minutos y todos estamos interconectados permanentemente, sí o sí, aunque luego no seamos capaces de dar los buenos días cuando entramos en el ascensor.
Los albums de fotos ya forman parte del atrezzo de las casas de madres y abuelas, y un castigo inmerecido en caso de visita a las mismas. Ahora las fotos se guardan en dvds, pens y otros artefactos maléficos que nos rodean y acosan implacablemente.
Pero a pesar de tecnologías y modernidades, seguimos acumulando cosas sin cesar; amigos, enel facebook a los que ni tan siquiera conocemos, aplicaciones para móviles que no sirven para nada pero como son gratis...
Tuve una amiga una vez, que deseaba que, cuando llegara el momento de partir definitivamente, todo lo que tuviera en esta vida pudiera meterlo en una pequeña maleta; para ir ligera de equipaje. Así es que se pasó la vida dándose a los demás, a sus hijos, familia y amigos. Nunca escatimó una sonrisa ni una palabra de ánimo para cualquiera que la necesitara.
Cuando enfermó de un terrible cáncer, que convirtió sus huesos en cristal, volvió a ser un ejemplo de señorío y saber estar. Cada vez que la visitaban era ella quien daba ánimos a la visita. En sus últimos días tuve la suerte de poder hablar con ella. Me tranquiizó y me contó que había estado hablando con cada uno de sus hijos y seres queridos. Me pidió que no lloráramos por ello cuando se fuera y que no convirtiéramos su velatorio en un paisaje lleno de tristeza y desolación. Quería que aprovecháramos la ocasión para comer juntos, tomarnos unas cañas, hablar de ella y recordarla. Que si hacíamos eso, ella, desde donde estuviera, se alegraría y también lo celebraría, porque había sido muy feliz con la vida que le había tocado vivir. "Además, -me dijo-, ya tengo la maleta hecha; he conseguido meter mi vida en ella. Todo lo material está ahí". Era una maleta pequeñita, mucho. En ella había un vestido, un par de zapatos, alguna foto y poco más. Se había ido deshaciendo de todo. "Lo importante está aquí y aquí, -me dijo, señalándose la cabeza y el corazón-, ya me puedo ir".
Cuando partió y todos nos dimos cita en el tanatorio para despedirla, aquello era un cuadro indescriptible. Desde el dolor que sentíamos y desde nuestro respeto por ella, fuimos a la cafetería y montamos unas mesas. Pedimos, unas cañas para todos, unas raciones para picar. Dejamos la presidencia de la mesa vacía, reservada para ella, porque queríamos que estuviera con nosotros. El personal de la cafetería, los familiares de otros fallecidos... nos miraban con ojso como platos y alguno se echaba las manos a la cabeza. Comimos, bebimos, reímos y estoy segura de que ella hizo lo propio desde donde estaba.
Aquel día, mientras recogía conchas, recordé a mi amiga y su maleta. Creo que estas conchas no tendrán sitio en mi último equipaje. Hacer una maleta tan pequeña es extremadamente difícil y creo que debería empezar a prepararla... por si acaso.

Comentarios

  1. Josè Luis Pabón Ortiz10 de agosto de 2013, 4:49

    Muy sentido artículo. Por otro lado delata el síndrome de Diógenes "conchero" de la autora.

    Deje la maleta sin preparar, puñetera, que le queda mucho que regalarnos con sus artículos.

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