CUANDO VIVIR NO ES SUFICIENTE.

   
Una no termina de acostumbrarse a según qué noticias. Guerras, epidemias, corrupción, catástrofes naturales..., muerte y destrucción. El negro panorama de siempre, en el que cualquier brote verde, si lo hay, pasa inadvertido.
 
   Pero hay muertes que por algún motivo especial, nos impactan más que otras. muertes que te hacen gritar de dolor; y muertes que se te agarran al alma y te dejan muda. La muerte en la mina es unas de esas muertes que te sumen en un profundo silencio, mucho más atronador que un grito en la noche. Me pasa igual con la muerte en el mar. Son muertes calladas, sin estridencias, sin ruidos; muertes de negro luto en las ropas y en el alma.
 
   6 mineros muertos, son muchos #mineros... y muchos muertos. Uno sólo de ellos, ya hubiera sido demasiado; una sola muerte, ya habría sido demasiado. Una bolsa de grisú capaz de esto, es demasiado despropósito en la España del siglo XXI, de la que algunos hablan maravillas llenándoseles la boca de orgullo, satisfacción y 'Marca España'. Vergüenza y deshonor para muchos a los que las palabras 'patria' o 'España' nos sugieren mucho más que una Expo, un Mundial de fútbol, o un lavado de cara cada día.
 
   6 mineros en León. Muchos mineros. Demasiadas familias silenciadas, rotas por una sinrazón. Y ministros que intentan pasearse por los funerales como gato en matanza, después de haber cargado contra ellos antes de la desgracia; presidentes de gobierno que dan su pésame por Twitter, después de haber arrastrado por el fango el nombre de los mineros diciendo que ganan tanto o cuanto; que si 3 mil pavos es un pastizal para andar protestando tanto, y otras lindezas por el estilo. Mineros que se han dejado sudor y suelas en el asfalto, caminando por las cunetas en busca de respuestas y ayudas. Mineros que ahora ya no están porque el grisú, otra vez, se presentó a la fiesta sin avisar, como en 1952. Más vidas para cuantificar su importe en euros. Porque eso es lo que en definitiva queda al final. Cuánta pasta vale nuestra vida cuando la palmamos, sobre todo en según qué circunstancias.
 
   Las muertes de casi 200 personas en un accidente ferroviario son, en definitiva, números. Número de víctimas, número de heridos, número de trenes afectados por la interrupción del servicio, número total de accidentes ocurridos en el tramo maldito y número de euros que la compañía tendrá que abonar en total por los fallecidos. Toda una vida d experiencias, momentos, sentimientos, infancia, juventud, estudios... Pienso cuánto valen todos mis años, a razón de 365 cada uno, menos 14 de ellos que traían 366. Pues eso, una mierda. A no ser que la palmara en circunstancias poco frecuentes y siempre que la culpa sea de la compañía u organismo oficial implicado, los cuales no estén dispuestos a que les remuevan el patio, y estén conformes en pagar lo que marque la ley. Sin pasarse tampoco, ojo. Porque cuando la palmas es cuando viene lo mejor. Entonces empieza el mercadeo con los que se quedan, que malditas las ganas que les quedan de ponerse con papeleos. Porque si encima a tu gente se le ocurre reclamar y/o demandar que palmao vales una pasta, apaga y vámonos: vía crucis por los juzgados, besamanos y tocamiento de pelotas entre los abogados, procesos que se dilatan en el tiempo; bombo y platillos en los informativos que te van dejando poco a poco en el olvido porque ya no eres noticia, ni vivo ni muerto. En fin, que finalmente la culpa de haberla palmao es tuya por haberte sacado un billete de tren, haberte levantado par ir a la mina a ganarte el pan o haber pensado que tomar un avión era la mejor forma de ir a Canarias. El caso es joderte bien jodido aunque ya hayas estirado la jamba. Y si no, que se lo digan a las víctimas del aceite de colza de los años 80 o a los niños que nacieron bajo los efectos de la #talidomida a principios de los 60 y cuya primera sentencia a favor señalando las indemnizaciones, ha tenido lugar este año. 50 años esperando para ver justicia, son muchos años. Pero si la palmas ¿qué familiar o amigo aguanta o vive 50 años esperando la justicia de una indemnización?

   Ahora, si la espichas de una forma más o menos natural, entonces sí que la has cagado. Entonces sí que vales una puta mierda. Bueno más que no valer nada, es que empiezas a costar un pastón. Porque hay que joderse lo que cuesta un entierro. O una incineración. Porque antes, como ni dios se incineraba por aquello de que suelo sagrado es lo decente y lo que se espera de un buen católico, la incineración estaba a pedo de puta, tiradita de precio. Pero eso se acabó. Ahora una buena pira se paga exactamente igual que un apartamento de mierda en La Almudena para toda la eternidad. Que ni siquiera eso te pueden garantizar, porque a la que menos te esperes te desalojan el nicho y te meten un Eurovegas en un plis plas; que es que se ha puesto la vida que no hay quien vaya tú. Lo que sí es verdad es que la incineración es más limpia e higiénica. Sobre todo para las conciencias. La palmas, te incineran, esparcen tus cenizas y se ahorran la visita obligada de noviembre y las florecitas de rigor. Y como tus cenizas están esparcidas en un sitio bonito y maravilloso que tú amabas en vida, pues tutti contenti. Y así vamos por la vida, respirando cenizas de muerto cada vez que vamos de excursión y pensando que del polvo venimos y al polvo vamos, fundiéndonos en abrazo eterno con la naturaleza, mientras el de la funeraria y el tanatorio se frotan las manos pensando lo que da de sí un horno...

   Hace tiempo, hablando con unos monjes budistas de las costumbres de su pueblo sobre la muerte, me dijeron que antiguamente (hoy en día eso no les está permitido en Tíbet, como no podía ser de otra manera desde que los chinos campan a sus anchas por allí), cuando un tibetano fallecía, y tras haber recibido las honras fúnebres que su filosofía budista les dicta, el cuerpo era llevado a un lugar apartado en la naturaleza y algo elevado, dejándole allí para pasto de buitres, cuervos y cualquier otro animal, para que sirviera de alimento y continuar así con el ciclo de la vida. La idea puede parecer en la actualidad rocambolesca, romántica, descabellada... pero me imagino cada muerto de este país llevado por sus familiares y amigos a la puerta del Congreso de los Diputados, para que buitres, cuervos y demás carroña los tengan como primer plato y me da un regusto macabro y cruel que estoy por hacer testamento dejando instrucciones exactas de cómo tienen que dejarme allí. Con un poco de suerte, a esta pandilla de hijos de puta que ocupan un escaño en el hemiciclo, se les atoraba la puerta de muertos y no podían salir hasta que ellos mismos la palmaran también. Sería la leche. Vosotros acabáis con nosotros, pues vosotros os encargáis de enterrarnos pandilla de fascistas. Porque cuando vivir no es suficiente, cuando nuestra vida no vale nada para vosotros, que al menos muertos, os podamos seguir jodiendo.

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